miércoles, 22 de mayo de 2013

EÑE


Vaya por delante que esta entrada es un tanto atípica si nos atenemos a la temática de la bitácora. Pido disculpas por lo tanto a aquellos de nuestros lectores habituales que hoy se puedan sentir decepcionados. Pero es que, en ocasiones, es necesario recordar en voz alta o por escrito según que cosas. 

Y es que han pasado ya tres meses y medio desde que se abrió esta bitácora. Cuarenta entradas en las que el equipo que formamos ShotWords hemos tratado de analizar desde los intentos más primitivos de narrativa transmedia hasta las últimas novedades. Hemos hablado mucho de la necesidad de contar una buena historia, de los medios en los que contarla, del enorme potencial que ofrece la Era Digital a la hora de desarrollar universos narrativos. Sin embargo, como escritores, hay algo de lo que todavía no hemos hablado y creo que como declaración de intenciones o reflexión en voz alta teníamos que hablar. Y ese algo es de lo que no hemos hablado todavía es de la herramienta fundamental de todo narrador; el lenguaje. 

Si estás leyendo estas líneas y no necesitas traducirlas entonces es que eres un hispanohablante. Eres uno de los más de quinientos millones de personas en el mundo que hablan el español. La tercera lengua más hablada en el mundo y la segunda en comunicación internacional. Una lengua bella, antigua, heredera directa del latín y por ende del griego, lenguas del mundo clásico. Una lengua enriquecida primero por todos aquellos pueblos que cruzaron por esta vieja piel de toro para, posteriormente, multiplicar su variedad hasta lo inimaginable gracias a ese bestial y fascinante episodio histórico que es el descubrimiento y conquista de América. Episodio histórico gracias al cual nacieron, como reza en el artículo primero de la Constitución de Cádiz de 1812, los españoles de ambos hemisferios. Una lengua versátil, rica y sonora, en la cual hablaron y escribieron algunos de los literatos más grandes de la historia. 

En español escribió Miguel de Cervantes la primera novela moderna, el Quijote. En español escribieron sus versos Lope, Góngora, Quevedo... los grandes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro. En español, en 1887, escribió Enrique Gaspar y Rimbau El anacronópete, la primera novela de ciencia ficción que hablaba de viajes en el tiempo, adelantándose así a H.G. Wells. También en español escribió Nilo María Fabra en 1885 una de las primeras ucronías modernas, Cuatro siglos de buen gobierno. En español escribieron Borges, Clarín, García Márquez, Neruda, Gabriela Mistral… y así podríamos seguir durante días.

Como escritores, puesto eso es lo que somos ya seamos novelistas, guionistas o dramaturgos, tenemos la obligación de conocer nuestra lengua y dominarla. La obligación de aprovechar los enormes recursos que nos ofrece como vehículo de transmisión de ideas. Porque cuanto mayor sea nuestro dominio de la lengua mayores serán los recursos a nuestra disposición para contar historias. Tenemos la enorme fortuna de contar con una institución como la Asociación de Academias de la Lengua Español, cuya labor es "trabajar asiduamente en la defensa, unidad e integridad del idioma común, y velar porque su natural crecimiento sea conforme a la tradición y naturaleza íntima del español", labor gracias a la cual nuestra lengua goza de una vitalidad maravillosa. Desaprovechar algo así sería de estúpidos.

Y si bien en esta bitácora hacemos uso frecuente de anglicismos, reflejo de este mundo global y digital en que vivimos en el que el inglés es la lengua por antonomasia, no es menos cierto que hablamos y pensamos en español, y que los personajes que pueblan nuestras historias hablan y piensan en español. Cuando el equipo que formamos ShotWords nos reunimos y de forma indefectible hablamos de la enorme dificultad de vivir de la escritura, muy a menudo nos olvidamos del dato con el que comenzaba esta entrada. Tenemos quinientos millones de potenciales clientes. Es cierto que los hispanos, por nuestra especial idiosincrasia cainita, nos perdemos en discusiones bizantinas sobre lo que nos separa en lugar de centrarnos en lo que nos une. Pero, por el amor de Dios, somos quinientos millones. Tan solo los escritores en habla inglesa pueden disponer de un escenario parecido. Ni los narradores franceses, italianos o alemanes, por citar tres ejemplos de países que han dado grandes literatos al mundo, pueden soñar con un mercado como el nuestro. Ya escribamos en Madrid, Montevideo, Quito, Bogotá, Buenos Aires, México… sabemos que tenemos quinientos millones de potenciales lectores, espectadores, jugadores. No tengamos dudas ni complejos, seamos valientes, aprovechémoslo. 


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